Las ventanas del zoo
El zoo que conocemos hoy día es una herencia de la época victoriana, una etapa de la historia donde el antropocentrismo culmina una visión del mundo que empezó en el renacimiento y que con el humanismo puso las bases de lo que llamamos la “modernidad”. Ninguna otra cultura del planeta ha creado algo parecido. Claro que ese zoo victoriano ha evolucionado a lo largo de los años, pero no podemos dejar que nos engañe el barniz de conocimiento que pretenden proyectar con su diseño de imitación de entornos naturales, o el propósito lúdico-didáctico que esconden las invitaciones para llevar a los niños, algo que sirve para que los adultos de mañana normalicen lo que no deja de ser un acto de barbarie.
Ahora que debatimos los derechos animales de manera cotidiana, al extremo de incluir en el código penal el maltrato animal, olvidamos que hay un sitio donde esos derechos se denigran conscientemente, no existen o, en el mejor de los casos, no se aplican en toda su amplitud. Y no podemos justificar esa realidad con desmañados argumentos científicos. El zoo, como los toros y como tantos otros ejemplos donde el hombre ha traspasado la línea de la decencia y de la ética en su comportamiento respecto al reino animal, es una institución desfasada, en la que hemos olvidado nuestra conciencia y nuestra alma, y quizá por ello se la robamos a los animales sin ningún pudor ni vergüenza.
Texto escrito por Sira Ayats